martes, 22 de marzo de 2016

Adivina quién viene a cenar esta noche

Alberto, un chico cercano a  los cuarenta, salió del trabajo ese día con una inquietud rondando su cabeza.  Esa misma mañana había tenido una reunión y Rafael, el directivo que tenía la sartén por el mango, en un arrebato desmesurado e injustificado de innovar a toda costa, dio órdenes a los allí presentes para cambiar el procedimiento establecido de los pases a producción.

Rafael, un joven bastante carismático había ascendido súbitamente. Por tanto, no gozaba de experiencia en la organización ni era conocedor de por qué las cosas se hacían del modo establecido. En cambio, si tenía gran poder de convencimiento y autoridad. Su afán por hacerse notar y brillar por luz propia era evidente.

Aquella reunión hizo reflexionar a Alberto. El procedimiento discutido y la solución fijada precisamente se habían desechado tiempo atrás por no ser lo suficientemente ágiles para las necesidades particulares de la organización. Ahora, bastante tiempo después, se pretendía repetir el ciclo  haciendo caso omiso a la veteranía. A lo que Rafael llamaba innovación, Alberto lo denominaba una combinación de inexperiencia con aires de grandeza.

No era la primera vez que le ocurría una situación similar a la definida en su ya amplio bagaje en su puesto de trabajo. Siempre fue bastante curioso, y en algún reciente debate televisado había oído pronunciar la palabra adanismo al describir la situación política actual. Quería comprobar si la definición era válida también para su experiencia vivida.
   
La buscó en el diccionario y se topó con lo siguiente:

Adanismo: Hábito de comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente.”  Miró en otro prestigioso diccionario  hallando: “Tendencia a actuar prescindiendo de lo ya existente o de lo hecho antes por otros”.

La definición le satisfizo y como el cultismo proviene de la idea de que Adán es el origen del ser humano, no le resulto complicado su memorización.

Pasó el tiempo desde entonces, como siempre lo hace cuando uno tiene una vida más o menos rutinaria, es decir veloz, hasta llegar un día importante en la vida de Alberto.

Va a conocer a los padres y el hermano de Laura, su novia quince años más joven que él, quien tras un amplio noviazgo, se ha atrevido a presentarlo a su familia invitándolo a cenar a su casa.

Alberto, que a pesar de tener alguna incipiente cana no ha perdido su atractivo, se ha vestido y arreglado debidamente para la ocasión. Una vez en casa, ha saludado cordialmente a los padres de Laura, y se dirigen ahora al salón donde se encuentra Santi, su hermano. Éste, antes de que alguien pudiera siquiera hablar, manda callar. –Silencio, por favor. Es un minuto, estoy viendo el desenlace de pasapalabra, queda sólo una definición por acertar y creo que hoy se puede llevar el rosco, aunque parece complicada.

Laura, con un hilo de voz, le explica a Alberto que su hermano está preparándose con esmero para presentarse al concurso, mientras el resto respeta el mandato y guarda silencio.

El concursante con el rostro sudoroso denotando tensión se aventura a responder, pero el presentador en el mayor acto de emoción que le resulta posible, indica finalmente que no es correcta, enunciando nuevamente la definición. Justo antes de terminarla y de dar la respuesta correcta, Alberto dice en voz alta y clara: Adanismo. Seguidamente un eco continuado emite esa misma palabra desde la tele.

Laura, muy sonriente dice -si es que mi chico es muy listo-. Su hermano se le queda mirando con cara entre asombro y desafío. Su madre cuchichea con su marido creyendo que nadie les oye, pero en realidad siendo entendible por todos. - Me gusta este chico para Laura- dice claramente.

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