Tras ya varios años en el puesto de coordinador de un área
de desarrollo en el Ministerio, a Manuel
le tocaba hacer balance sobre situación de los proyectos. Es indudable que
algunos de los mismos, se encontraban en un estado más avanzado que otros, siendo más versátiles, eficientes y en definitiva con un acoplamiento mayor a las
necesidades concretas de los usuarios. Entre todos ellos despuntaba de manera patente
el sistema de gestión de expedientes.
Entre las causas de aquella supremacía había no pocos
candidatos: equipo técnico más cualificado, usuarios más involucrados, mayor o
menor presupuesto y atención, etc. Aún
así, el contexto facilitó la tarea de cribado, al ser más o menos homogéneos
los distintos proyectos analizados en los parámetros señalados. Finalmente, Manuel dedujo que la gran iniciativa del jefe de proyecto, junto
con la del equipo que lo respaldaba, había sido determinante en el proyecto destacado.
En un entorno altamente burocrático como es la Administración,
el tener un equipo resolutivo, que no se deje enmarañar por las muchas veces
aparentes y no reales telarañas del miedo a la evolución, había sido de gran
valor.
Lógicamente y como consecuencia del perfeccionamiento y el
progreso, Manuel se había visto de vez en cuando en alguna tesitura incomoda.
Las actualizaciones de las versiones no siempre habían funcionado de manera
exquisita, y digamos que la evolución de la aplicación era más bien escalonada
y no en línea recta. Con todo, los errores que se cometían, se
terminaban solucionando y los usuarios que contaban con bagaje, y que sabían de dónde
provenía la aplicación, estaban encantados con el discurrir.
Un día, en una de tantas evoluciones del aplicativo, ocurrió
un hecho desgraciado que ocasionó cierto trastorno. Nada realmente grave que no
pudiera corregirse, pero los responsables del procedimiento, que no conocían lo
mucho y bueno que se había realizado a nivel técnico, lo consideraron un
error poco menos que imperdonable, tratando de buscar un culpable y careciendo
de tacto en las formas. Una reprimenda injustificada.
El equipo en conjunto y el jefe de proyecto en particular,
tuvo que admitir públicamente su responsabilidad por haberse precipitado en su
decisión, y a pesar de que Manuel quiso quitarle hierro, alegando que todos
estaban en el mismo barco y que sólo se equivocaba quien realmente actúa, la huella del daño quedó indeleble. No es de
extrañar, viendo como otros equipos no sufrían ningún tipo de comentario
despectivo, aún empleando un comportamiento más pasivo. Desde aquel entonces la gris actitud burócrata
y garantista primó sobre el fulgor desparpajo de la iniciativa. Las tareas de
trámite engulleron a las verdaderamente importantes.
Han pasado otro par de años desde entonces y un nuevo
balance ha de realizarse. El sistema de gestión de expedientes ya no figura
entre los proyectos mejor valorados.
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