- Siempre fuiste un chico obediente, no como aquellos niños con madera de
díscolo en los que, la educación sí consigue moldear, pero nunca aplacar ese
gen tan salvaje e inmutable que los caracteriza. En tu madurez así seguiste,
dócil y acatando las consignas de tus superiores siempre con buena cara. Pues
te digo una cosa, a veces resulta necesario cuestionarse las órdenes, y
manifestarse en contra si se considera oportuno.- Le decía Mario, su buen amigo
de la infancia en el bar sujetando la cerveza con su mano derecha en aquella
tertulia filosófica improvisada que estaban teniendo.
- ¡Joder, como tienes la mano, si está llena de durezas! ¿De verdad que no te compensa usar un guante para empuñar la raqueta? Menos mal que no practico ese deporte, no me gustaría tener esas manos -. Respondió él, tratando de banalizar la charla y desviar la conversación que le incomodaba bastante, al no sentirse para nada capaz de cambiar su actitud quizá excesivamente sumisa.
- ¡Joder, como tienes la mano, si está llena de durezas! ¿De verdad que no te compensa usar un guante para empuñar la raqueta? Menos mal que no practico ese deporte, no me gustaría tener esas manos -. Respondió él, tratando de banalizar la charla y desviar la conversación que le incomodaba bastante, al no sentirse para nada capaz de cambiar su actitud quizá excesivamente sumisa.
Tras la buena velada, prometieron volver a verse antes de final de año,
buscando un hueco en las llenas agendas que uno siempre cree tener.
Desde el encuentro, fueron pasando los días de modo natural. En
el trabajo, continuó servil y sin excesivas complicaciones.
Un día, su jefe le habló de la calidad y el nuevo enfoque que se quería
efectuar en los servicios y aplicaciones. Lo que en un principio, no se tomó
muy en serio, dado que había oído en innumerables ocasiones hablar de su
implantación anteriormente, esta vez aquello tuvo especial calado y
consecuencias.
Siempre había estado muy interesado en la calidad operativa, su plano más
práctico. En el contexto de desarrollo software en el que él se desenvolvía,
era evidente que la excelencia se interrelaciona más con las actitudes y
aptitudes de las personas, con los incentivos adecuados, con un diálogo
continuo con los usuarios, con un diseño y un código cumpliendo patrones que
facilitaban mantenimientos ulteriores, con el uso de herramientas pertinentes,
con un correcto versionado de prototipos, etc. En definitiva, su experiencia
comulgaba más con los principios de metodología ágil, que con arduos,
burocráticos, lentos y fastidiosos procedimientos de actuación y demás
protocolos surgidos en parte, por un mal entendimiento de algunas prácticas
ITIL. De ese tipo de calidad procedimental vamos ya sobrados, se decía para sí.
Ciertamente, su trabajo cambió de raíz desde
entonces. Documentó y elaboró más flujos de trabajo que nunca
antes y las normativas procedimentales ocuparon el eje central y foco
absoluto de los desarrollos. Todo en aras de un propósito institucional
de elevar la calidad, pero en la realidad, ni los usuarios finales ni él
mismo, percibieron mejoría, sino más bien una ralentización de actuaciones que antes gozaban de mayor agilidad, pese a acatar y
cumplir de buen grado las instrucciones que le fueron dadas.
Las cadenas de aprobación eran interminables y farragosas. Las idas y
venidas de papeleo colapsaban los correos electrónicos y los servidores. El trámite reinó despóticamente.
Por fin un viernes, cansado y algo desmotivado sale del trabajo para reunirse
con su amigo. Esta vez, la cerveza la sujeta él con su brazo ligeramente
alzado en contraste con su figura más alicaída de lo habitual.
Mario, que hoy no sabe muy bien cómo romper el hielo con su amigo para
que la conversación fluya al verle tan abatido, al fijarse en su mano, le dice
con tono irónico:
- ¡Pero bueno, y esos callos que te han salido en los dedos! ¿Es que has
comenzado a jugar al tenis?-
-Últimamente, en el curro escribo demasiado y me machaco los dedos- responde, sin rastro
de sonrisa en su boca.
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