martes, 14 de mayo de 2019

Callosidades


- Siempre fuiste un chico obediente, no como aquellos niños con madera de díscolo en los que, la educación sí consigue moldear, pero nunca aplacar ese gen tan salvaje e inmutable que los caracteriza. En tu madurez así seguiste, dócil y acatando las consignas de tus superiores siempre con buena cara. Pues te digo una cosa, a veces resulta necesario cuestionarse las órdenes, y manifestarse en contra si se considera oportuno.- Le decía Mario, su buen amigo de la infancia en el bar sujetando la cerveza con su mano derecha en aquella tertulia filosófica improvisada que estaban teniendo.


- ¡Joder, como tienes la mano, si está llena de durezas! ¿De verdad que no te compensa usar un guante para empuñar la raqueta?  Menos mal que no practico ese deporte, no me gustaría tener esas manos -. Respondió él, tratando de banalizar la charla y desviar la conversación que le incomodaba bastante, al no sentirse para nada capaz de cambiar su actitud quizá excesivamente sumisa.

Tras la buena velada, prometieron volver a verse antes de final de año, buscando un hueco en las llenas agendas que uno siempre cree tener.

Desde el encuentro, fueron pasando  los días de modo natural. En el trabajo, continuó servil y sin excesivas complicaciones.

Un día, su jefe le habló de la calidad y el nuevo enfoque que se quería efectuar en los servicios y aplicaciones. Lo que en un principio, no se tomó muy en serio, dado que había oído en innumerables ocasiones hablar de su implantación anteriormente, esta vez aquello tuvo especial calado y consecuencias.  

Siempre había estado muy interesado en la calidad operativa, su plano más práctico. En el contexto de desarrollo software en el que él se desenvolvía, era evidente que la excelencia se interrelaciona más con las actitudes y aptitudes de las personas, con los incentivos adecuados, con un diálogo continuo con los usuarios, con un diseño y un código cumpliendo patrones que facilitaban mantenimientos ulteriores, con el uso de herramientas  pertinentes, con un correcto versionado de prototipos, etc. En definitiva, su experiencia comulgaba más con los principios de metodología ágil, que con arduos, burocráticos, lentos y fastidiosos procedimientos de actuación y demás protocolos surgidos en parte, por un mal entendimiento de algunas prácticas ITIL. De ese tipo de calidad procedimental vamos ya sobrados, se decía para sí.

Ciertamente, su trabajo cambió de raíz desde entonces. Documentó y elaboró más flujos de trabajo que nunca antes y las normativas procedimentales ocuparon el eje central y foco absoluto de los desarrollos. Todo en aras de un propósito institucional de elevar la calidad, pero en la realidad, ni los usuarios finales ni él mismo, percibieron mejoría, sino más bien una ralentización de actuaciones que antes gozaban de mayor agilidad, pese a acatar y cumplir de buen grado las instrucciones que le fueron dadas.

Las cadenas de aprobación eran interminables y farragosas. Las idas y venidas de papeleo colapsaban los correos electrónicos y los servidores. El trámite reinó despóticamente.

Por fin un viernes, cansado y algo desmotivado sale del trabajo para reunirse con su amigo. Esta vez, la cerveza la sujeta él con su brazo ligeramente alzado en contraste con su figura más alicaída de lo habitual. Mario, que hoy no sabe muy bien cómo romper el hielo con su amigo para que la conversación fluya al verle tan abatido, al fijarse en su mano, le dice con tono irónico:

-  ¡Pero bueno, y esos callos que te han salido en los dedos! ¿Es que has comenzado a jugar al tenis?-

-Últimamente, en el curro escribo demasiado y me machaco los dedos- responde, sin rastro de sonrisa en su boca.




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