viernes, 8 de enero de 2016

La ilusión del pequeño

El Sistema Internacional de Monitorización (SIM) es una infraestructura de unos mil millones de dólares que surgió para evitar que las naciones se hiciesen con un arsenal nuclear o lo renovasen en secreto. Así comienza el artículo que voy leyendo en el metro camino del trabajo y que luego continúa dando alguna pincelada sobre la solución implantada.

Hay que ver lo ricos que podríamos llegar a ser si fuéramos más pacíficos. Ese fugaz pensamiento pasa por mi cabeza, pero sin apenas detenerse. Donde sí se detiene en seco mi mente, es cuando pone su mirada en mi propio ombligo. Empieza a comparar nuestro humilde pliego de cincuenta mil euros que, pese a lo cual, lo consideramos bastante completo en cuanto a Administración Electrónica se refiere, con la mareante cifra anterior y, sin apenas señal de aviso, mi ser empieza a menguar. Y lo hace hasta conformar apenas un grano de arena en el desierto, un bit en toda la vasta red de Internet.

Así de diminuto llego a la oficina. No es un día cualquiera, precisamente hoy hay una recepción del expediente. Tras revisar de forma concienzuda el cumplimiento del mismo junto con el interventor y un asesor técnico, ambos pertrechados con buen atuendo –yo también me he vestido con mis mejores galas-, me pregunto cómo será una recepción del sistema SIM antes mencionado. Por analogía, debiera ser como mínimo a punta de pistola, reflexiono.

La intervención finaliza con éxito. Me enorgullezco que la aplicación ahora es más funcional y significativamente mejor que al comienzo del pliego, de hecho así me lo confirma algún usuario sensato. Es de ese modo, cuando me vuelvo a expandir, a sacar pecho y subir el mentón.

Con gran ilusión termino la jornada laboral para volver al metro a deshacer el trayecto mañanero. Retomo mi lectura matutina acerca del SIM y leo: … el proyecto supone una inversión anual de alrededor de ciento veinte millones de dólares aportados por los estados miembros.

Cuando empiezo a asimilar la cifra me permito una última reflexión antes de focalizarme en las tareas del hogar que me esperan impacientemente: ¡Qué coño! para el año que viene pido sesenta mil euros de presupuesto. A ver si cuela.

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