sábado, 4 de octubre de 2014

El dilema moral

Todo jefe de proyecto una vez haya conseguido que su aplicación sea utilizada y con cierto éxito, se enfrenta tarde o temprano al siguiente dilema moral: seguir las directrices de sus superiores jerárquicos o actuar en consonancia  con las peticiones de los usuarios en cuanto a las evoluciones del aplicativo se refiere.

Paradójicamente no pocas veces resultan divergentes los deseos de los jefes  con respecto a los de los usuarios finales. Los primeros, mucho más posicionados en el plano cuasi comercial y el mundo del marketing necesitan de grandes titulares que vender  constantemente para así continuar en la cúspide de la innovación tecnológica y el progreso.  Esto se traduce en que lo que quieren oír sobre los proyectos son grandes evoluciones completamente disruptivas, que llamen la atención por algunos de los atributos más en boga en la esfera tecnológica actual y que en el momento presente podrían ser: servicios en la nube, reutilización, integraciones o consolidaciones, big data, etc.  En cambio, su atención disminuye considerablemente si lo que se plantean son detalles concretos bien funcionales bien de usabilidad, rendimiento u otros atributos no funcionales del proyecto por mucho que los usuarios sean lo que demanden.

Esta necesidad  continua de “carnaza” de los altos directivos puede llegar a ocasionar importantes perjuicios para el programa informático.  Un ejemplo de lo expuesto sería suponer que una unidad acaba de concluir su flamante sistema de información geográfica con establecimiento de mapas interactivos, georreferenciación, etc.  A fin de hacer resonar más dicho proyecto “estratégico”,  dicta unas pautas internas para que el resto  de aplicaciones de gestión de la propia unidad se integren con él bajo el pretexto  de que las estadísticas generadas por estas últimas sean más visuales y estéticas.
Un responsable de alguno de los citados proyectos se puede ver coaccionado e incluso sometido a anteponer ese desarrollo de integración pese a  que él conozca que la prioridad de los usuarios vaya por otros derroteros.  La estética de las estadísticas no debiera ser ni mucho menos una de sus preferencias teniendo en cuenta que no se necesitan generar  de modo frecuente y sin embargo sí que se reclaman con celeridad otras tareas de mayor utilidad.

Además del tiempo perdido y el esfuerzo malgastado de la implementación,  no entro a valorar en este ejemplo el coste producido por el mantenimiento que supondrá de cara al futuro. Ese último coste ya es para siempre, no es lo mismo actualizar unas sencillas estadísticas implementadas desde tu propia aplicación que aquellas generadas a través de mapas integrando aplicaciones.
Una vez analizado el ejemplo desde la óptica de los directivos, examinaremos  la evolución de los proyectos desde el punto de vista de los usuarios finales. Éstos, con los pies mucho más asentados en el suelo, gravitan hacia tratar de mejorar el momento presente.  Ello se traduce en propuestas mucho más incrementales orientadas al corto plazo que doten a la aplicación con la que trabajan en el día a día de la usabilidad, agilidad y eficiencia que demanda.  Los grandes avances tecnológicos citados anteriormente, si bien no los desechan,  sí que actúan de modo más precavido y conscientes de las grandes limitaciones que pueden llegar a tener en el uso diario, no dejándose seducir por la melodía de lo fantástico y fácil que sería todo al cambiar radicalmente el modelo apoyándose en las posibilidades de la tecnología.

Los usuarios finales tienen más en cuenta los riesgos que los beneficios en las innovaciones tecnológicas, mientras que los directivos ponderan en mayor medida los rendimientos. Ninguno es ecuánime en la aplicación de la fórmula.

Con esto no quiero decir que no haya usuarios visionarios que entiendan lo que puede aportarles la tecnología, sino que suelen sopesar mejor las grandes barreras que hay detrás de todo proyecto innovador, evitando así desarrollos utópicos.  Si escoges  a un usuario  para que priorice sobre una evolución incremental  a corto plazo o innovadora a medio y largo plazo muy raro sería que se decante por la segunda, alegando que mejor hacer lo sencillo en primer lugar no vaya a ser que uno por otro la casa quede sin barrer. Tiempo habrá para mejorar el mundo, de momento cíñete a resolver mi problema actual.

Este modo de actuar también puede presentar problemas. Supongamos ahora que disponemos de una aplicación que genera unos informes que van dirigidos a otra unidad. El usuario está solicitando modificaciones constantemente en dichos informes. La solución óptima sería realizar un trabajo de coordinación previo entre responsables decidiendo, bien que esa unidad destinataria acceda directamente a dicha información preocupándose ella del formato, o bien mediante una integración entre aplicativos donde se intercambien los datos en bruto. En ambos casos, lógicamente el tiempo de desarrollo será mayor y al usuario le tocará durante un tiempo cambiar el informe a mano, pero de una vez por todas se habrá atajado el problema.

En ciertas ocasiones, es necesario dejar un poco de lado al usuario, al no haber recursos ilimitados, para afrontar cambios futuros que supondrían una mejora ostensible en la forma de abordar los procesos. Con todo, es preciso valorar bien los riesgos antes de acometer un proyecto de envergadura ya que la historia nos recuerda severamente que son muchos los euros invertidos que han dado como resultado la nada absoluta por el mero hecho de poner un titular encima de la mesa dado que en ese momento mejoraba la imagen del organismo.

Concluyendo, como en casi todos los dilemas morales que se presentan no hay soluciones maniqueístas.  Habrá que combinar la evolución incremental con cambios disruptivos si realmente es el momento idóneo de afrontarlo.  Sin embargo, el jefe de proyecto debería tener mayor libertad  a la hora de priorizar actividades y no estar sometido a ninguna clase de ataduras por más que se denominen  decisiones “estratégicas” o de marketing  si no son convenientes de abordar en el momento presente de  su proyecto.  Es él, combinando el conocimiento que los usuarios le transmiten  con su dominio tecnológico en que el proyecto se circunscribe, quien sabe mejor que nadie aquello que hay que abordar en cada momento.

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