Mario era un ingeniero superior informático. Desde edad temprana mantuvo una gran pasión: la programación. Él no disponía de un talento
innato para ello, pero a consecuencia de su gran vocación adquirió amplios conocimientos
en la materia, y en el trabajo, se notaba.
Su código era limpio y ordenado, aplicaba de modo acertado
los patrones de diseño. Su programación estaba bien modulada, con un bajo
acoplamiento y una alta cohesión. En definitiva, su código era perfectamente
mantenible.
Trabajaba en una empresa de tamaño medio, en un proyecto
bastante relevante. Gracias a su buen quehacer, Mario podía centrarse gran
parte del tiempo en afrontar nuevas evoluciones, reduciendo mucho las arduas
tareas de mantenimiento e incidencias. Cada día de trabajo para Mario,
constituía nuevos desafíos y desde luego se sentía realizado. Veía un sentido a
lo que hacía, pues el proyecto ayudaba mucho a los usuarios en sus tareas
cotidianas.
Su jefe era David. La sintonía entre ambos no podía ser
mejor. Un tándem perfecto. David era un gran jefe de proyecto, atinaba casi
siempre en las decisiones y escuchaba con atención las opiniones de los demás.
Buscaba el consenso y era muy agradable en el trato.
En el proyecto, además de David y Mario, también colaboraban
otros compañeros, aunque a decir verdad ellos dos eran los grandes pilares del
mismo.
Así transcurrían los meses e incluso años sin grandes
sobresaltos. El clima de trabajo era excelente.
De vez en cuando, Mario se juntaba con sus antiguos
compañeros de facultad para cenar y tomar algo. En esas reuniones, raro era la
ocasión en que alguno de sus amigos –todos ellos bien posicionados laboralmente
y con sueldos altos– no recomendase a Mario algo como lo siguiente:
- Mario, deberías dar un paso adelante y
especializarte en tareas de más alto nivel o de gestión. Quizá temas de
consultoría, o cosas así. Ya has tenido suficiente tiempo para ver que picando
líneas de código en este país no se progresa.
Algunos de sus compañeros, incluso con más talento que Mario
para la programación, aunque con menos vocación no lo habían dudado y dieron
ese paso. De ese modo, tenían argumentos convincentes basados en el ejemplo para
apoyar su recomendación.
Mario, que sí era sensible a los buenos coches de sus amigos
y a su innegable éxito laboral, sentía un poco de envidia sana. Con todo, en la
balanza mental donde sopesaba sus decisiones, su gran vocación a la
programación todavía imperaba. –El dinero no es lo más importante- concluía.
De ese modo fueron pasando varios años y Mario – que era una
gran persona- se casó y tuvo dos hijos. Su esposa –de origen muy humilde- era
el amor de toda su vida. Así, muy de sopetón, empezó a tener grandes problemas
para llegar a fin de mes. Con esa sensación de agobio continuo, decidió hablar
con David para solicitarle una subida salarial.
David, que apreciaba mucho a Mario, más allá de cualquier
interés personal, hizo todo lo que estaba en su mano para facilitárselo. Sin
embargo, como él no tenía mucha mano en la empresa sumado a que la política de
esta última estipulaba que los sueldos de programadores no podían superar
cierta cuantía, no le resultó posible ayudarlo.
Pese a lo mucho que le dolía la mera idea de que Mario se
marchara, llegó a recomendarle que cambiara de empresa.
Mario, que desgraciadamente no se podía permitir más tiempo
cobrando ese sueldo, le habló de sus compañeros de Universidad y como en España
era tremendamente complicado tener un buen sueldo y reconocimiento haciendo las veces de
programador, algo que desde luego David también era consciente.
Finalmente Mario, dispuesto a seguir trabajando en temas
relacionados con la programación hasta el final, hizo las maletas y se marchó
junto a su familia a California donde goza de gran prestigio en una compañía de
renombre de software. A día de hoy, continúa feliz trabajando con el lenguaje
Java y el entorno Eclipse. Su economía
es boyante.
Hoy, precisamente, es el cumpleaños de Mario. David está teniendo un día
muy duro con su equipo de trabajo –que tiene buena voluntad aunque no son
excelentes sino más bien del montón- resolviendo incidencias y errores
reportados por los usuarios. Ir a la oficina ya no significaba aquella sensación
motivadora e incluso agradable del pasado. Ahora acudir al curro cada mañana, suponía ir
al trabajo en el sentido crudo de la palabra.
Entre incidencia e incidencia, David se acuerda de Mario. No
sólo se acuerda de él, el día de su cumpleaños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario