La raya marcada con lápiz sobre el armario de la habitación
apenas si se alejaba de la anterior. Unos escasos milímetros de diferencia hacía parecer a quien no supiera
nada sobre aquello, una superposición de rayajos sin ton ni son.
Su padre, sin embargo estudiaba analíticamente tales
trabajos y se desesperaba al ver que el despegue que el anhelaba en su
primogénito no se producía.
Juan, era normal tirando a bajito para su edad. La genética
no decepcionaba en sus expectativas y se aplicaba en cumplir su principio fundamental.
De unos padres muy pequeños no se podía esperar un hijo alto.
El chico destacaba en el deporte y como los tiempos dictaban que la estatura era algo fundamental, su padre se negaba a aceptarlo y ponía
todos los medios disponibles para que su hijo creciese.
Por esa razón, medía semanalmente a su hijo en el armario
estudiando meticulosamente su evolución. Aquel proceso de estricto control terminó por obsesionar a Juan, que en
muchas ocasiones tenía pesadillas con el dichoso armario y con líneas
menguantes en vez de crecientes. Llegó incluso a meditar el uso de una goma de borrar y
trampeo de mediciones para contentar a su padre, aunque nunca lo hizo.
Entre mediciones,
mediciones y más mediciones transcurrió su pubertad.
Finalmente no llegó a deportista profesional, aunque
continúa disfrutando del mismo hasta la fecha. Estudió una ingeniería y ahora es un TIC de la
administración General del Estado.
En su cometido, es jefe de proyecto de varias aplicaciones.
Se siente muy orgulloso de las mismas, creyendo honestamente que son de gran calidad y utilidad. Disfruta con su trabajo,
pero hoy ese goce se ha debido quedar en casa presintiendo algún suceso funesto
para sus intereses.
Su jefe directo le ha indicado que es preciso medir el
ahorro que supone el uso de sus aplicativos en términos de costes
económicos. El ha tratado por todos los
medios de justificar que no es posible tal cosa, ya que las funcionalidades
implementadas son de origen cualitativo no medibles directamente. Cualquier
cálculo sería completamente ficticio y no denotaría en ningún sentido la
realidad.
-Sí, te entiendo, pero desde las altas esferas nos lo requieren.
Podemos tu y yo entrar en ese debate filosófico, pero no nos serviría de nada
ya que hay que hacerlo de todos modos. Aplica alguna fórmula básica como hacen
los demás y no te compliques en exceso, haz una sencilla medición- Replica su
jefe.
Juan coge una
cuartilla, ni siquiera se presta a abrir una hoja de cálculo y escribe en ella:
siguiendo el modelo de costes OCDE, asumiendo que el ahorro de una presentación
electrónica para el ciudadano es de setenta y cinco euros y presuponiendo un
hipotético uso pleno de la aplicación electrónica, el monto total a
consecuencia de usar su aplicación asciende a dos millones de euros.
-Con dos cojones- se dice para sí mientras le vienen a la
mente los rayajos con lapicero del armario de su habitación. Esta vez la línea la ha marcado bien alta.
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