Alberto, un chico cercano a los cuarenta, salió del trabajo ese día con una
inquietud rondando su cabeza. Esa misma
mañana había tenido una reunión y Rafael, el directivo que tenía la sartén por
el mango, en un arrebato desmesurado e injustificado de innovar a toda costa,
dio órdenes a los allí presentes para cambiar el procedimiento establecido de
los pases a producción.
Rafael, un joven bastante carismático había
ascendido súbitamente. Por tanto, no gozaba de experiencia en la organización
ni era conocedor de por qué las cosas se hacían del modo establecido. En
cambio, si tenía gran poder de convencimiento y autoridad. Su afán por hacerse
notar y brillar por luz propia era evidente.
Aquella reunión hizo reflexionar a Alberto. El procedimiento
discutido y la solución fijada precisamente se habían desechado tiempo atrás
por no ser lo suficientemente ágiles para las necesidades particulares de la
organización. Ahora, bastante tiempo después, se pretendía repetir el ciclo haciendo caso omiso a la veteranía. A lo que
Rafael llamaba innovación, Alberto lo denominaba una combinación de
inexperiencia con aires de grandeza.
No era la primera vez que le ocurría una situación similar a
la definida en su ya amplio bagaje en su puesto de trabajo. Siempre fue
bastante curioso, y en algún reciente debate televisado había oído pronunciar la
palabra adanismo al describir la situación política actual. Quería comprobar si
la definición era válida también para su experiencia vivida.
La buscó en el diccionario y se topó con lo siguiente:
“Adanismo: Hábito de
comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado
anteriormente.” Miró en otro
prestigioso diccionario hallando: “Tendencia a actuar prescindiendo de lo ya
existente o de lo hecho antes por otros”.
La definición le satisfizo y como el cultismo proviene de la
idea de que Adán es el origen del ser humano, no le resulto complicado su
memorización.
Pasó el tiempo desde entonces, como siempre lo hace cuando
uno tiene una vida más o menos rutinaria, es decir veloz, hasta llegar un día
importante en la vida de Alberto.
Va a conocer a los padres y el hermano de Laura, su novia
quince años más joven que él, quien tras un amplio noviazgo, se ha atrevido a
presentarlo a su familia invitándolo a cenar a su casa.
Alberto, que a pesar de tener alguna incipiente cana no ha
perdido su atractivo, se ha vestido y arreglado debidamente para la ocasión. Una vez en casa, ha saludado cordialmente a
los padres de Laura, y se dirigen ahora al salón donde se encuentra Santi, su
hermano. Éste, antes de que alguien pudiera siquiera hablar, manda callar. –Silencio,
por favor. Es un minuto, estoy viendo el desenlace de pasapalabra, queda sólo
una definición por acertar y creo que hoy se puede llevar el rosco, aunque
parece complicada.
Laura, con un hilo de voz, le explica a Alberto que su
hermano está preparándose con esmero para presentarse al concurso, mientras el
resto respeta el mandato y guarda silencio.
El concursante con el rostro sudoroso denotando tensión se
aventura a responder, pero el presentador en el mayor acto de emoción que le
resulta posible, indica finalmente que no es correcta, enunciando nuevamente la
definición. Justo antes de terminarla y de dar la respuesta correcta, Alberto
dice en voz alta y clara: Adanismo. Seguidamente un eco continuado emite esa
misma palabra desde la tele.
Laura, muy sonriente dice -si es que mi chico es muy listo-.
Su hermano se le queda mirando con cara entre asombro y desafío. Su madre cuchichea con su marido creyendo que nadie les oye, pero en realidad
siendo entendible por todos. - Me gusta este chico para Laura- dice claramente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario