-Seis meses es mi estimación para desarrollarlo-. Esa fue la
respuesta que dio Ruth a su jefe aquella mañana. Siempre trataba de ser muy
honesta en sus valoraciones.
-Necesitamos que esté terminado en tres meses, si es preciso
contrata más programadores para que esté listo en fecha. Se trata de un
proyecto capital y nuestro compromiso es ineludible- respondió su superior acompañando esas palabras tan sentenciosas de
justificaciones para reducir el plazo a la mitad
del propuesto, que a Ruth no le satisficieron en absoluto.
Sin apenas convicción de persuasión, Ruth le explicó la Ley
de Brooks con aquello de que “nueve mujeres no pueden tener un bebé en un mes”
y que un diseño urgente como el que se estaba pidiendo era sinónimo de
problemas de mantenimiento en el futuro. No obstante, sin querer entrar en una
discusión de tiempos que Ruth sabía que tenía perdida de antemano, finalmente asintió
y se fue a su despacho sin perder un segundo para iniciar aquel meollo.
Con una ética muy marcada al estilo Maquiavelo en el sentido
de “el fin justifica los medios”, Ruth quiso ver en todo aquello que, al menos
los usuarios de la aplicación, saldrían beneficiados en gran medida de su
pronta puesta en producción.
Con esa actitud positiva, aunque saltándose importantes
pautas metodológicas, asumiendo gran deuda técnica e hipotecando quizás parte
de su trabajo futuro a resolver incidencias, a consecuencia de esas urgencias
previas, Ruth, apoyada de un comprometido equipo, consiguió cumplir el
compromiso pactado.
Ha pasado un año desde entonces y lamentablemente el
aplicativo todavía no ha visto la luz exterior. Se halla muerto de risa en unos
servidores internos a la espera de su aprobación. El motivo, según parece,
tiene que ver con la necesidad de firmar un convenio de colaboración previo que
lo permita. Los tediosos trámites burocráticos parecen no tener fin.
Todo ello provoca en Ruth una más que extraña y melancólica
sensación. Mientras su marido está viendo con gran interés la tele, pues va a
comenzar la final de los cien metros lisos, ella, con la mirada algo
perdida, piensa en lo ocurrido. Tendiendo
la mano al nihilismo, los valores en los que creía hasta entonces se tambalean.
En seguida, el presente reclama su atención, ha de acostar a su hijo.
Como todas las noches, su marido o ella le leen una fábula.
Esta noche toca la liebre y la tortuga. Mientras su hijo escucha con esa carita
tan inocente, ella no puede evitar conectarla con su reciente experiencia laboral.
Aprecia una clara analogía en su proyecto con el personaje de la liebre. Tanto
correr al principio en el diseño y programación para luego no llegar a la meta,
sino detenerse en seco a mitad del camino.
Cuando la tortuga telegrafía su estrategia en el cuento,
Ruth siente gran envidia de ella. Poder
desarrollar sin prisas, de modo constante y bien hecho para encima llegar a la
meta, si no antes, al menos casi a la vez.
La vida, queriendo demostrar que su trayectoria es cíclica,
sienta mañana en una silla a Ruth con su jefe para fijar los plazos y
planificar una nueva aplicación. Ella, que es responsable y le gusta preparar
bien las cosas, ha determinado en sus estimaciones que el proyecto podría estar
concluso de una forma satisfactoria en cinco
meses. A su jefe le va a decir que diez.
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