Aquella noche a Diego le costó sobremanera conciliar el
sueño. No dejó de pensar hasta altas horas de la madrugada lo que había
deparado su jornada de trabajo. Sus sensaciones eran encontradas: por un lado
sentía un nivel de estrés claramente superior al normal que le impedía
descansar, mientras que por otra parte tenía ante sí, un gran desafío en el que
le apetecía inmiscuirse.
Reproduzcamos los hechos acaecidos ese mismo día.
Diego se hallaba en la oficina trabajando con normalidad,
siendo sinceros más pendiente de atender temas urgentes que realmente
importantes. No obstante, creía tener cierto control sobre lo que hacía. En un momento determinado de esa mañana,
sucedió la gran novedad. Un correo, cuyo remitente era un importante directivo,
había llegado a su bandeja de entrada. No tardó mucho en comprobar que sobre lo
que versaba el email no era una mera y simple tramitación ordinaria, sino que su
contenido tenía un calado especial. Había salido en el BOE de ese mismo día, la
necesidad de ofrecer un servicio tecnológico de difícil implementación y con un
plazo excesivamente ajustado. Según el correo, el responsable de dar solución a
lo dictado era Diego, por tener el asunto cierta analogía con alguno de los
proyectos que él gestionaba.
En un principio Diego tuvo una actitud de gran indignación
frente a aquello. Sintió gran rabia al comprobar que se había tomado una
decisión que a él le afectaba en primera persona sin siquiera haberse enterado.
Efectivamente el BOE estaba allí para confirmarlo, y obviamente le hubiese
gustado dar su opinión al respecto antes de su publicación.
Diego, que había asistido a algunas jornadas recientemente
sobre el papel de las TIC en la Administración, había escuchado, casi como si
de un estribillo se tratase, que la voz del personal técnico era fundamental y que
por supuesto formaba parte en las tomas de decisiones de la Organización, como
no podía ser de otro modo. Sin embargo, la parte teórica de esas palabras no se
vio explicitada en su experiencia real, al menos para lo que Diego justo necesitaba.
Recapacitó sobre aquello y concluyó que era incuestionable
que los TIC estaban mucho más presentes que antes en las tomas de decisiones.
Ahora bien, ese proceso es una carrera de larga distancia y podían producirse
casos como el suyo que parecían contradecirlo. Con grandes dosis de positividad
y quizá pecando de ingenuidad, achacó lo sucedido a un golpe de mala suerte.
Así pues, tras unos momentos de monumental cabreo, Diego
consiguió serenarse. Al fin y al cabo, a él le gustaba aprender y desde luego
era una gran ocasión para gozar de una gran experiencia. En definitiva, supo
ver el lado positivo.
Esas circunstancias eran las que causaban en Diego tener una
mala noche.
Al día siguiente se levantó con buen espíritu. Comenzó a
trabajar intensamente en conocer el negocio sobre el que versaba la
problemática. Al principio, todo el contexto era de gran incertidumbre, aun así
supo mantener cierta calma a la vez que gran impulso para poder ir avanzando y
ampliando sus conocimientos. El recorrido no lo hizo sólo, unos compañeros de
una unidad de gestión también estaban metidos en el ajo y junto con Diego, formaron
un gran equipo y trabajaron con gran intensidad y entusiasmo.
Al cabo del tiempo, y dejando atrás una estela de gran esfuerzo,
el equipo en el que formaba parte Diego, consensuó una solución. Se sintieron muy
satisfechos, pues cumplía todos los requisitos establecidos. El único problema
era el plazo. Se requería hacer una contratación que conllevaba su tiempo, al
necesitar una pasarela la cual no era en absoluto viable su implementación interna.
Diego se sentía preocupado por no poder asegurar los tiempos
dictados por el BOE, pero sus compañeros de la unidad de gestión le
tranquilizaron al hablarle de proponer una moratoria.
Llegó el momento de que los superiores conociesen el estado
del proyecto. El jefe de Diego habló con su jefe y éste a su vez con su
superior y así sucesivamente. Subió muy alto, más de lo que era imaginable. El
descenso también fue muy vertiginoso y con una rotunda negativa. Las
instrucciones fueron claras, había que cumplir el plazo estipulado en el BOE. A
Diego se le llegó a comentar que no se podía consentir pasar por el mal trago
de tener que pedir una moratoria. Eso quedaba mal. Feo.
Desde ese momento, todo se desmadró. Apenas quedaba tiempo y
se buscaban alternativas, cada cual más absurda. Todo el gran diseño realizado
a base de esfuerzo quedó en el olvido.
Llegó la noche y Diego volvió a tener malas sensaciones. Le
costó horrores conciliar y para colmo culminó con un mal sueño. En él, llegaba
a una especie de caserón inmenso donde en la entrada había el siguiente texto escrito
en un cartel grande: Organización.
Una vez dentro, por causas injustificadas, se veía obligado
a correr muy deprisa. No sabía hacia donde se dirigía, sin embargo debía correr
y rápido. Finalmente, ya bastante
extenuado, consiguió llegar a una habitación grande con tres puertas.
Diego, se asomó a la primera de ellas donde pudo ver el
siguiente rótulo: Marginados. Aquella sala está bastante abarrotada, pero no le
gustó lo que estaban haciendo allí dentro. Tampoco lo que no hacían.
Sin ningún ánimo de entrar por esa puerta, avanzó hacia la
siguiente. En ella se podía apreciar: Sala VIP. Intentó entrar, pero no pudo.
Estaba cerrado. Se acercó más y divisó un letrero pequeño donde decía: Sólo
personal autorizado en lista o recomendado por algún socio.
Ya sólo le quedaba una puerta, de color marrón toda ella. Una última tentativa y
realmente necesitaba entrar. Se sentía muy cansado, casi agotado. Se aproximó a
la misma y pudo leer: Apaga-fuegos. El rótulo no le gustó un pelo, pero no le
quedaba otra y además la puerta afortunadamente estaba abierta.
Entró, y … ¡¡¡Sorpresa!!!. Gran parte de sus compañeros se
hallaban dentro. Le reciben con un kit que contiene un portátil y un teléfono
móvil, ambos de gama baja. Además recibe una edición impresa del maldito BOE
que tantos problemas le ha traído.
Diego empezaba a sospechar que lo del BOE es como el título
que le acredita con el nuevo rol que iba a desempeñar a partir de ahora en la
organización. Pensaba sin cesar en el rótulo de la puerta: Apaga-fuegos.
Sudando a chorros, Diego se despierta de su pesadilla. Hoy
es día de trabajo para él, y no ha empezado con buen pie. Comienza a prepararse
cuando, con gran sobresalto, encuentra en su mesa de casa, el portátil y
teléfono móvil con los que había soñado. Diego, se empieza a sentir mal, se
pellizca a sí mismo, se frota bien la cara con agua y se pregunta:
¿Ha sido verdaderamente un sueño o ha sido real lo que me ha
ocurrido esta noche?
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